“Galicia, donde la morriña es orgullo.”

Chadrexa de Queiza

En la vastedad de las montañas de Chandrexa de Queixa, el aire parece tener memoria.

11/9/2025

En la vastedad de las montañas de Chandrexa de Queixa, el aire parece tener memoria. Cada respiro lleva consigo el rumor del agua que desciende desde los picos de la sierra, esa línea de 1.700 metros que separa el cielo de la tierra gallega. La lente se detiene, temblorosa, ante un horizonte que no se agota: los valles glaciares se abren con una elegancia antigua, modelados por el tiempo y la paciencia de la naturaleza.

Las primeras luces del amanecer pintan la cima del O Seixo con un matiz dorado que acaricia la niebla. En ese instante, el silencio cobra cuerpo, y parece escucharse el diálogo invisible entre las aguas del Requeixo y las raíces de los robles. Una cascada, la de Dorelle, rompe la quietud con su voz ancestral; cada gota revela siglos de persistencia, de erosión y belleza en movimiento.

Entre aldeas ocultas y prados que respiran historia, los caminos serpentean como venas vivas del territorio. Aquí, el senderismo no es solo trayecto: es rito, es comunión. El reflejo del embalse de Chandrexa atrapa el cielo como un espejo líquido, y el viajero se descubre pequeño ante la majestad serena de lo intacto.

Las estaciones desfilan vistiendo la montaña con nuevos ropajes: el blanco absorto del invierno, el verde vibrante de la vida que retorna, la bruma dorada del otoño. Cada imagen, cada encuadre, se convierte en testigo de un lugar que no se deja domesticar. Chandrexa de Queixa no se visita: se contempla, se respira y se siente, porque en su pureza late aún la montaña que recuerda lo que fuimos.

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